Desde que tengo memoria he sido testigo de un sinfín de
campañas gubernamentales que nos invitan a ahorrar, que nos incitan a tener
hábitos sanos, a cuidarnos de fenómenos ambientales, a buscar ser buenos
ciudadanos, etc., campañas que desde un enfoque simplista, incluso optimista,
tratan de generar condiciones de vida más armónicas y adecuadas entre la
sociedad. La realidad marca que poco o nada se gana. Son campañas que si bien
les va causan algo de atención, algo de ruido, y de ahí no hay cambios
concretos. La razón, como ejercicio de reflexión, porque mandar un mensaje
genérico a la población.
Respeto y entiendo la manera de trabajar de quien genera
estos contenidos, es obligación de la autoridad promover situaciones de
crecimiento y sana convivencia, pero a final de cuentas no dejan de ser
anuncios que como tantos otros, lo mejor que puede pasar es que llama la
atención por una gracejada, no más.
Por eso los cambios deben venir desde la concientización de
las cosas, es decir, empezar desde la manera en que hablamos. Este principio
elemental de programación neurolingüística es más urgente que nunca. Ya son
muchos años, más de 10, en que poco a poco vamos perdiendo más la tranquilidad,
la confianza y seguridad de los que somos, es decir, nuestro enfoque es cada
vez más pesimista y asombrosamente parece que lejos de angustiarnos nos mueve a
la risa.
¿Por dónde empezar?, por lo más simple. Situación sencilla,
tenemos treinta días para realizar un trámite, el que se quiera, sin importar
lo complejo, simple, novedoso o rutinario, la experiencia marca que solo una
minoría cumple con la indicación a tiempo. Los últimos dos o tres días se
vuelve una histeria pues se han acortado los tiempos y la urgencia es evidente.
Cuando viene la explicación de por qué se llegó a eso no falta la respuesta:
“es que como buen mexicano dejé todo al último”.
Bueno, me parece ese es el punto de inflexión, si queremos
ser diferentes es definir: ¿dejar las cosas al último nos hace ser buen
mexicano?, a final de cuentas estamos asociando una virtud (lo bueno) a que no
somos cumplidos. Lo que parece una notable ironía termina siendo una relación
directa: ser impuntual es bueno.
Cuando seamos lo suficientemente audaces para cambiar el
enfoque de nuestras palabras, y decir, por ejemplo, “como mal mexicano he
dejado todo al último”, estaremos marcando la falla y la culpa, valores que, al
menos yo, no deseo que sean parte de mí. Nos acercaremos, en este mismo
ejemplo, al “como buen mexicano, soy cumplido”.
¿Cómo confirmo esto?, por situaciones de clase he preguntado
cómo es el mexicano, y las respuestas que he recibido en grupos de
bachillerato, facultad, maestría, incluso capacitación es constante: flojo,
mañoso, incumplido…, ya como por el cuarto, quinto nivel aparecen palabras como
creativo, alegre. ¿Por qué salen los buenos conceptos después de tantos
vicios?, porque estamos acostumbrados a que definirnos con el vicio, a saber
que “como buenos mexicanos, somos incumplidos”.
Muchas veces somos víctimas de las acciones que cometemos, o
que omitimos, pero la génesis está en las palabras con las que nos asociamos,
un coach ayuda a que la persona sea consciente de las palabras que usa, si son
las expresiones que le ayudan o le obstaculizan para alcanzar sus logros. El
coach no señala, solo guía la reflexión para que el cliente descubra la
dimensión, por ejemplo, de sus palabras con respecto a sus hechos.
El coach puede ayudar a que la persona se enfoque en las palabras virtuosas que nos llevan a acciones sociales de beneficio. Si esto pasa en algún lugar del planeta, ¿qué podemos hacer?
No hay comentarios:
Publicar un comentario