martes, 21 de octubre de 2014

El valor las palabras y nuestros hábitos



Desde que tengo memoria he sido testigo de un sinfín de campañas gubernamentales que nos invitan a ahorrar, que nos incitan a tener hábitos sanos, a cuidarnos de fenómenos ambientales, a buscar ser buenos ciudadanos, etc., campañas que desde un enfoque simplista, incluso optimista, tratan de generar condiciones de vida más armónicas y adecuadas entre la sociedad. La realidad marca que poco o nada se gana. Son campañas que si bien les va causan algo de atención, algo de ruido, y de ahí no hay cambios concretos. La razón, como ejercicio de reflexión, porque mandar un mensaje genérico a la población.


Respeto y entiendo la manera de trabajar de quien genera estos contenidos, es obligación de la autoridad promover situaciones de crecimiento y sana convivencia, pero a final de cuentas no dejan de ser anuncios que como tantos otros, lo mejor que puede pasar es que llama la atención por una gracejada, no más.


Por eso los cambios deben venir desde la concientización de las cosas, es decir, empezar desde la manera en que hablamos. Este principio elemental de programación neurolingüística es más urgente que nunca. Ya son muchos años, más de 10, en que poco a poco vamos perdiendo más la tranquilidad, la confianza y seguridad de los que somos, es decir, nuestro enfoque es cada vez más pesimista y asombrosamente parece que lejos de angustiarnos nos mueve a la risa.


¿Por dónde empezar?, por lo más simple. Situación sencilla, tenemos treinta días para realizar un trámite, el que se quiera, sin importar lo complejo, simple, novedoso o rutinario, la experiencia marca que solo una minoría cumple con la indicación a tiempo. Los últimos dos o tres días se vuelve una histeria pues se han acortado los tiempos y la urgencia es evidente. Cuando viene la explicación de por qué se llegó a eso no falta la respuesta: “es que como buen mexicano dejé todo al último”.


Bueno, me parece ese es el punto de inflexión, si queremos ser diferentes es definir: ¿dejar las cosas al último nos hace ser buen mexicano?, a final de cuentas estamos asociando una virtud (lo bueno) a que no somos cumplidos. Lo que parece una notable ironía termina siendo una relación directa: ser impuntual es bueno.


Cuando seamos lo suficientemente audaces para cambiar el enfoque de nuestras palabras, y decir, por ejemplo, “como mal mexicano he dejado todo al último”, estaremos marcando la falla y la culpa, valores que, al menos yo, no deseo que sean parte de mí. Nos acercaremos, en este mismo ejemplo, al “como buen mexicano, soy cumplido”.


¿Cómo confirmo esto?, por situaciones de clase he preguntado cómo es el mexicano, y las respuestas que he recibido en grupos de bachillerato, facultad, maestría, incluso capacitación es constante: flojo, mañoso, incumplido…, ya como por el cuarto, quinto nivel aparecen palabras como creativo, alegre. ¿Por qué salen los buenos conceptos después de tantos vicios?, porque estamos acostumbrados a que definirnos con el vicio, a saber que “como buenos mexicanos, somos incumplidos”.


Muchas veces somos víctimas de las acciones que cometemos, o que omitimos, pero la génesis está en las palabras con las que nos asociamos, un coach ayuda a que la persona sea consciente de las palabras que usa, si son las expresiones que le ayudan o le obstaculizan para alcanzar sus logros. El coach no señala, solo guía la reflexión para que el cliente descubra la dimensión, por ejemplo, de sus palabras con respecto a sus hechos.

El coach puede ayudar a que la persona se enfoque en las palabras virtuosas que nos llevan a acciones sociales de beneficio. Si esto pasa en algún lugar del planeta, ¿qué podemos hacer?

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