En el pasado
inmediato se ha celebrado lo que es el día de las madres. Fiel a la época en
que vivimos hay quien protesta que esta es una fecha que se presta a la
explotación mercadotécnica. Es posible, que tengan muy buenas razones, pero
bueno, al final son decisiones que debe tomar quien festeje a su familiar.
De lo que me
gustaría comentar en esta ocasión es cuánto aporta el trabajo, dedicación o
deseos de una madre en lo que terminamos siendo como personas. Es, también, de
lo más habitual, que en premios y momentos de triunfo la celebridad reconozca
la intervención de la madre en su formación, en donde con amor o autoridad logra
que el hijo o hija sobresalga, destaque y llegue a grandes éxitos.
Visto como si
fuera empresa, una mamá puede ser un experto CEO que tiene muy claro lo que
quiere de su compañía y su personal, y claro tiene muchas formas empíricas para
lograr las metas. Una madre puede ser una combinación de un gerente, un coach,
un accionista, y hasta como un intendente, lo hace todo, y normalmente sin
contrato, sin prestaciones particulares y con paciencia de monje tibetano, pues
a final de cuentas, entiende con claridad el concepto de sacrificio por la meta
superior.
Hoy deseo
compartir un par de anécdotas del CEO de mi casa. Cada una de ellas responde a
un momento clave de mi vida, que de una u otra manera, marcaron mi vida, vamos,
ambas tienen entre 30 y 25 años de haber ocurrido, ya me podrás decir si no son
significativas.
Cuando tenía
algo así como 16 años llegué un día muy seguro a casa y le dije contundente,
“ya sé lo que voy a estudiar en la universidad”, ¿y qué decidiste, me preguntó
serenamente?, –preguntó-, “psicología, voy a ser psicólogo”. Su respuesta aun
me da risa, quizás con la misma intensidad que en esos años: “Ay Carlos, vas a
terminar de maestro”. Ella, mi mamá, respondió con base en su experiencia y lo
que ella conocía por tener una primaria frente a la casa: maestro era un
profesionista de bajo perfil, con problemas económicos serios, de muchas frustraciones,
y en suma, gente, la que conocía (y que era cierto) que no tenían la mayor de
las proyecciones laborales.
Algo de
profético hubo en sus palabras, y la fecha, reconoce que qué bueno que se
equivocó en la percepción, en lo que se puede lograr en la docencia, que puede
tener sus limitaciones, pero también sus grandes satisfacciones.
La segunda
anécdota es más clara y contundente como gerente de un proyecto muy importante.
Allá por 1994 externé mi nulo deseo por iniciar un proceso de titulación. “Era
tan listo que no necesitaba de ese tipo de requisitos impositivos y carentes de
valor a mi plan de vida”. Te aseguro que así estaba de desenfocado. Ella me
escuchó, trato de disuadirme, de hacerme ver lo mucho que era importante que me
titulara de la carrera, etc. Desde luego si algo tenía era terquedad, por lo
que llegó a palabras célebres y contundentes: “Mira, Carlos, hemos discutido
esto y vamos a definirlo de una vez por todas, o te titulas o te vas de la
casa”.
No debo dar
detalles profundos, “accedí a darle gusto” y de esos años a la fecha esa
presión, orden o imposición me ha permitido avanzar de manera digna y honorable
en la vida. De no ser por ella, honestamente, seguramente en este momento
estaría profundamente frustrado y buscando culpables de por qué el mundo no me
daba lo que yo suponía merecer.
Más de uno
podemos tener estas y más anécdotas, por eso hay que dar reconocimiento y saber
valorar el apoyo que la gerente de nuestra casa nos ha dado, pues si alguien
sabe de sacrificios y compromiso es nuestra madre. Sirva este comentario para
decirle a mi mamá lo mucho que la quiero, la respeto, la admito y le agradezco
por haber creído en mí en todo momento, incluso a pesar de mí mismo. Te quiero
mamá.
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